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Battlestar Galactica, apuntes y reflexiones (IV): la gracia y la condición humana

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Imagen: ABC.

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(Viene de la tercera parte)

Este artículo contiene SPOILERS

De entre todos los personajes de esta serie, el de Gaius Baltar hará las delicias de los espectadores más ciclotímicos.

Si a alguien se le puede aplicar con precisión el adjetivo de «inefable» es a Gaius Baltar, un personaje complejo, verdaderamente difícil de describir.

Baltar es un genio científico, pagado de sí mismo, cobarde, ególatra, oportunista y sin escrúpulos. «Su inteligencia carece de compasión dice Roslin; hay que recordarle sus responsabilidades éticas y desafiarlo a estar por encima de su instinto egoísta». Es demasiado humano y, al menos en un primer momento, «no está preocupado por la conciencia, la culpa, el remordimiento», porque «la culpa es lo que los mediocres sienten cuando se quedan sin excusas por sus errores». Se le otorga la gracia a pesar de su falta de fe, a pesar de sus dudas y tentaciones, a pesar de que se describa a sí mismo como un «apóstata que denigra a personas de fe». Pero quizá por eso «y por haber experimentado personalmente la prueba y el sufrimiento, él puede ayudar a aquellos que están sometidos a la prueba» (Hb. 2, 18), y se convierte en un extraño redentor que representa escenas bíblicas (sanación de enfermos, entrada en el templo, última cena, traición de Judas-Gaeta, martirio); una figura entre profeta verdadero y caricatura de una especie de Jesús abrumado por su destino y por sus propias contradicciones, aunque rodeado de un harén de apóstoles-amazonas.

Gaius es también el hijo de un granjero que para dejar atrás su pasado repudió a su familia y cambió con mucho esfuerzo su odioso acento rural (en la serie su padre tiene acento de Yorkshire) para integrarse en la sociedad de la city capricana. Aunque está involucrado en el ataque de los cylon, consigue salvarse, la suerte le sonríe y mantiene una ambivalente relación con los cylon y una neutralidad política que al final le lleva a la presidencia durante la terrible etapa de Nueva Caprica. Hasta en este detalle parece como si los guionistas hubieran coincidido (probablemente por casualidad) con la descripción que la Vicenne’s Gazette hace del presidente estadounidense Andrew Jackson en 1831 y que Tocqueville recoge en su libro, cuando habla de la libertad de prensa, porque se puede aplicar al presidente Baltar: «En todo este asunto, el lenguaje de Jackson ha sido el de un déspota sin corazón, preocupado únicamente por conservar su poder. La ambición es su crimen, y en ella encontrará su castigo. Tiene por vocación la intriga y la intriga confundirá sus designios y le arrancará su poder. Gobierna por la corrupción, y sus maniobras culpables tenderán a su confusión y a su vergüenza. Se ha mostrado en la arena política como un jugador sin pudor y sin freno. Ha triunfado; pero la hora de la justicia se acerca. Bien pronto le será preciso devolver lo que ha ganado, arrojar lejos de sí su dado engañador, y acabar en algún retiro donde pueda blasfemar en libertad contra su locura, porque el arrepentimiento no es una virtud que haya sido permitido a su corazón conocer jamás». Es curioso también que Jackson fuera pobre y de ascendencia escocesa, el primer presidente estadounidense de origen humilde, que apelaba al pueblo con su carisma en campañas populistas. Incluso las pugnas electorales con John Q. Adams parecen recordar, de alguna manera, a los intentos de Gaius Baltar y Tom Zarek de dirigir las campañas electorales hacia un terreno más populista, que arrancó la presidencia a Laura Roslin cuando ya se dedicaba a organizar la política a su antojo con el almirante Adama e intentó amañar las elecciones para arrebatar a Gaius su victoria por el bien del pueblo. El presidente Jackson favoreció y defendió a todos los colonos que quisieran establecerse libremente en las nuevas tierras, después de trasladar a los indígenas más al oeste; es decir, impulsó la colonización, como hizo Gaius Baltar tras ganar las elecciones alentando a la gente a establecerse en Nueva Caprica.

La gracia

Gaius Baltar es un personaje complejo, inefable, que recibe la gracia. Imagen: ABC.

Gaius Baltar es un personaje complejo, inefable, que recibe la gracia. Imagen: ABC.

El personaje del doctor Gaius Baltar es, también, un ejemplo perfecto para exponer el concepto protestante de la «gracia». Para todos los cristianos, la gracia, el amor de Dios, es un acto divino: Dios llama al hombre para que este entre en intimidad con Él. Para los católicos, esta relación provoca en las personas una actividad, da unos frutos: gozo, paz, paciencia y expresiones relacionadas con la caridad. Cuando la gracia llega a los humanos, pecadores, deviene redentora, porque el hombre toma conciencia del amor de Dios y de la relación que le une con el resto de los hombres. Pero lo fundamental en la idea católica de la gracia es la idea de justificación. Aunque este concepto teológico es complejo y merece mucha discusión, digamos, básicamente, que para un católico la fe no es suficiente si no la acompaña la caridad; es decir, que la salvación también depende de nuestras obras. Sin embargo, Lutero insistió en que la justicia divina llega solo a través de la fe, es decir, que nuestras obras son inútiles, el mérito no sirve. Por eso, el cristiano debe dejar de hacer esfuerzos vanos para no ser un pecador: los hombres siempre serán pecadores, siervos indignos de Dios que, durante su tránsito terrenal, estarán envenenados por su amor de sí mismos y por la concupiscencia, lo cual parece el retrato perfecto de Gaius Baltar. Para los católicos, la gracia trae la paz y transforma al hombre. Para los protestantes, la gracia trae la paz, pero no altera, necesariamente, el estado del hombre; dicho de otra manera, la gracia puede ser que cree bondad, pero la bondad no trae la gracia. Puesto que no importan los actos y que, si hay fe, Dios lo perdona todo porque es misericordioso, Lutero llega al extremo de negar el libre albedrío: el hombre es un instrumento pasivo en las manos de Dios (aunque luego cambiaría de opinión). Calvino sí que recoge estas ideas más radicales de Lutero, algunas ya las hemos visto: el pecado original puso al hombre en un estado de corrupción radical; la fe es la única justificación, pues la fe en Cristo hace que Dios impute a los hombres los méritos de Cristo y no existe libre albedrío. Por tanto, el calvinismo pierde la fe en la humanidad del catolicismo y la desvía totalmente a Dios. Por eso R. W. Gleason, en su libro La gracia (1964), dice que «el individualismo protestante verdadero es el que implica una conciencia real y fundamental de algo que le supera y está por encima de él, y es una actitud positiva basada en una apreciación vívida de esa relación […] El hombre no se salva como miembro de un grupo, la Iglesia, el cuerpo místico, sino como individuo. Así sus relaciones con Dios deberían ser, básicamente, a nivel individual». He aquí la madre del cordero, el centro del pensamiento protestante, calvinista, puritano: el individualismo religioso basado en la idea de que Dios ama al indigno, y no hay personaje más indigno ni más individualista en la serie, y al mismo tiempo presentado como instrumento directo de Dios para realizar sus planes, que Gaius Baltar.

La condición humana

La condición humana se desarrolla en la serie a partir de una falsa contraposición con los cylon; aunque, en realidad, estos poseen los mismos defectos y virtudes que los humanos. Imagen: ABC.

La condición humana se desarrolla en la serie a partir de una falsa contraposición con los cylon; aunque, en realidad, estos poseen los mismos defectos y virtudes que los humanos. Imagen: ABC.

Como ya se ha dicho, Gaius Baltar se presenta como un personaje demasiado humano, con mucho de lo bueno y lo malo del ser humano, aunque convencido de ser un cylon durante buena parte de la serie porque, como dice André Malraux en la obra de la que toma el título este epígrafe, «es muy raro que un hombre pueda soportar su condición de hombre». Pero son muchos los personajes de Battlestar Galactica que se interrogan sobre su condición humana, tanto humanos como cylon, porque algunos de los personajes de la serie que se consideran humanos, son cylon sin saberlo. Los cylon, a su vez, también van descubriendo las características que les hacen humanos.

Obviamente, sería inabarcable explorar esta vertiente existencialista estableciendo todas las conexiones filosóficas. Así como parece digna de un artículo aparte la cuestión, tan presente en los temas robóticos de la ciencia ficción, del complejo de Frankenstein del hombre y de los sentimientos de los androides-Pinochos. Trataré, simplemente, de exponer las características principales que definen la humanidad a través de las voces de algunos de los personajes de la serie.

Lo que define la condición humana en la serie se desarrolla a partir de una falsa contraposición con los cylon, porque, en realidad, estos poseen los mismos defectos y virtudes que los humanos desde el comienzo de la serie. La prueba es que existen varios modelos («los cinco últimos»), que han vivido como humanos sin recordar que eran cylon. Sin embargo, los otros siete modelos, excepto algún caso puntual, son conscientes de ser sintéticos: la evolución de una creación humana, una generación perfeccionada de máquinas muy similar a los androides de la película Blade Runner, y que incluso reciben el mismo nombre en inglés: skin-jobs («pellejudos»). De estos siete modelos existen infinidad de copias y su propia identidad proviene, precisamente, de la contraposición a la identidad humana.

Durante la serie, tanto cylon como humanos irán descubriendo que no existen diferencias emocionales entre ambos y cada uno se pondrá en la piel del otro. Los cylon anhelan y descubren los sentimientos y las características que consideraban específicas de los humanos; por su parte, los humanos, a través del contraste con sus antagonistas y, cuando saben que hay cylon ocultos que desconocen su propia condición, se replantearán su propia identidad, se interrogarán sobre aquello que realmente los caracteriza.

El resultado de esta contraposición con el otro, que en realidad no era tal, es la relación de una serie de características que definen la condición humana. La primera característica no es cierta. Se trata del dolor. El dolor aparece porque los humanos creen que los cylon no sufren, mientras que los seres humanos no pueden apagar el dolor, «deben sufrir y llorar y gritar porque no hay elección». Gaius Baltar, el humano más cercano a la comprensión de los cylon, sabe que Caprica Seis es «más que una máquina, eres una persona, eres una mujer; estás enamorada de mí y te duele. Ya sé que duele». Pero el dolor no define la identidad humana, porque «el hombre no tiene la patente exclusiva del sufrimiento». El comportamiento más colectivo de los cylon provoca que consideren como esencia del ser humano el egoísmo: «Hay un truco para ser humana: pensar solo en ti misma». Igualmente, se menciona la imperfección como justificación para los desmanes de la humanidad y para definirse frente a las máquinas, supuestamente perfectas (aunque nada más lejos de la realidad): «Como todo lo humano, la justicia es imperfecta, pero son esas mismas imperfecciones las que nos diferencian de las máquinas». El modelo Uno, el que concentra lo peor de los defectos humanos, es el que más reprocha: «Nosotros no somos ustedes: admitimos nuestros errores y no tememos a los cambios» o «Los humanos hacen cosas espantosas constantemente», y no hay que olvidar que «si de verdad sabemos algo de los seres humanos es que son expertos en la autodestrucción», aunque «nos convertimos en lo que perseguíamos, nos convertimos en vosotros». La imperfección, sin embargo, tampoco es exclusivamente humana, como tampoco lo es la confianza: «Las personas dice Lee Adama tienen que tener esto: confianza. Si no tenemos eso, no somos distintos de los cylon».

Caprica Seis es más que una máquina, es una mujer... y sufre. Imagen: ABC.

Caprica Seis es más que una máquina, es una mujer… y sufre. Imagen: ABC.

La serie pone más énfasis en cuatro características humanas. Estos principios de la condición humana serían: el amor, la búsqueda de la identidad, la libertad y la mortalidad.

El amor es la base de las emociones humanas, es lo que nunca se presupone a una máquina: «Si crees que amas a alguien, la amas. Amor es pensamiento, creencias. No puedes ser solo una máquina. ¿Amaría una máquina?». Y es la base de aquello por lo que merece la pena vivir: «Llevamos en guerra tanto tiempo que olvidamos por lo que luchamos: por criar a nuestros hijos en paz, disfrutar de la mutua compañía, vivir como… personas, de nuevo».

La búsqueda de la identidad es esencial. Solo el ser humano se pregunta por su origen y su condición: «Cylon, humanos, todos intentamos descubrir quiénes somos, ¿no crees?», dice Baltar. La religiosidad de los cylon, que también es una forma de amor, les lleva a pensar en un Dios que podrían llevar programado: «Soy Dios. […] Somos Dios, lo somos todos. El amor une a todas las cosas vivas». Y cuando los cylon piensan en Dios y en el amor empiezan a plantearse otras cuestiones, como en la siguiente conversación entre Uno y Tres: «Tu modelo tiene un defecto». «No, no es un defecto cuestionar nuestra función, ¿verdad? Preguntar quién programó nuestro pensamiento y por qué». «Ahí radica el problema: tus convicciones mesiánicas de que estás en una misión para iluminarnos».

Los personajes exponen su condición humana más marcada un poco en el sentido que apuntaba Malraux, en función de la libertad de elegir la forma en la que afrontar el propio destino. Esta es la característica más importante de la condición humana en la serie. Ya hemos visto lo importante que es la libertad del individuo para los humanos, que resulta la base de su sistema político. «Soy un ser humano y tengo derechos», dice Baltar; y le contesta el ángel con apariencia de Seis: «Sin libertad, ¿quién eres? ¿Se apiada Dios de alguien así?» Los hombres, dice Zarek «necesitamos ser libres, al no ser libres, no somos diferentes de los cylon». Los cylon no son libres hasta que no descubren que pueden elegir, que a pesar de ser copias del mismo modelo pueden tomar decisiones propias, independientes, como individuos. Este descubrimiento lo representa una de las cylon del modelo Ocho, que luego serán dos: Sharon/Boomer, originariamente piloto de Galactica programada para no saber que es cylon hasta que despierta para atentar contra el comandante Adama. Su conciencia, compartida por todo su modelo se bifurca en dos Ochos, una que decide luchar del lado de los humanos y otra que toma una postura radical entre los cylon en contra de su propio modelo.

La mortalidad no es una característica humana, excepto en Battlestar Galactica, donde la diferencia fundamental entre humanos y cylon es que estos, cuando mueren, trasvasan su conciencia a un nuevo cuerpo: de algún modo, resucitan en un cuerpo idéntico pero nuevo, acumulando toda la experiencia de las vidas sucesivas. Por eso, cuando los cylon comprenden que «el único defecto humano es que pasan la vida lamentándose por la mortalidad, pero es lo único que los hace completos» y cuando los cylon han tomado conciencia de su individualidad y, por tanto, de su posibilidad de ser libres, toman libremente la decisión de destruir las naves resurrección para ser mortales. Desde ese momento nada les distingue de los humanos, a excepción de unas diferencias genéticas imperceptibles.

Al final ambos caminos convergen: «Tenemos en la cabeza que somos los hijos de la humanidad, así que en vez de examinar nuestro propio destino para intentar descubrir nuestro camino a la iluminación, secuestramos el vuestro». Los creadores y los creados serán todos a su vez dioses, creadores de una nueva criatura. El destino que les espera es su propio final. El destino común es el final de la especie humana y el final de la raza cylon, que se mezclarán dando lugar a una nueva especie que somos nosotros, encarnada en Hera, el primer fruto de este mestizaje.

(Continua aquí)

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